Sin decir una sola palabra, el hombre esperó a que el cajero le entregara los 2.924 euros que en ese momento había en la caja. Luego, sin inmutarse, ante un grupo de empleados incapaces de dar crédito a lo que estaban viendo, se sentó a esperar que llegara la Policía.
El plan de Ripple habría resultado perfecto si no fuera por esos extraños giros que a veces da el destino cuando mueve los hilos de la Justicia. El hombre se las prometía muy felices en la cárcel sin nadie haciéndole la vida imposible, pero el juez del distrito, Carlos Murguia, ha echado por tierra todas sus ilusiones al condenarle, en una sentencia que se acaba de hacer pública, a seis meses de arresto domiciliario, tres años de libertad vigilada y 50 horas de trabajo comunitario, además de pagar una multa de 220 euros al banco para compensar las horas que no hicieron los empleados el día del robo, ya que tras el susto fueron enviados a casa. Su abogado y los fiscales federales, creyendo que quizá Ripple estuviera exagerando y que su vida con la señora Remedios no fuera tan horrible como él decía.
L. González
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